Yo no lo voté, y no lo hubiese votado nunca. Claro, venía de la mano de Duhalde. Nunca se me pasó por la cabeza votar a un candidato respaldado por el Cabezón, ya que siempre consideré a este espécimen mafioso. Lisa y llanamente, mafioso.
Pero ganó, y ni siquiera lo hizo con la mayoría de los votos. Ganó por la cobardía de su opositor, que se bajó del ballotage porque temía ser destrozado en las urnas. A ese ni lo quiero nombrar.
Una vez asumido como Presidente, lo miraba con desconfianza. Tenía un discurso que hasta ese momento me parecía puro bla, bla, un acto más de demagogia a la que tanto estábamos acostumbrados.
Porque yo vengo de la generación que nació en la época de los militares, durante el gobierno de Alfonsín era una niña, y después mi adolescencia se desarrolló con el innombrable, en donde la política era algo chabacano, farandulero, de chanchullos manejados desde arriba, donde el resto de los habitantes de esta bendita Argentina no tenía ni voz ni voto, y la mayoría estaba conforme con el 1 a 1 y por eso nadie saltaba. Nadie se quería movilizar.
Después vino De la Rua, a quién voté con fuertes convicciones, no por él, sino porque no lo quería a Mendez nuevamente en el poder. La inoperancia y la falta de manejo de este hombre, sumado a la operación golpista de Duhalde, nos llevó al caos de 2001. ¡Que se vayan todos!
Entonces cuando asumió NK, me asombré para bien, pero seguía escéptica. Y él empezó a tener muchos enemigos, gente de mierda, que también era gente con la que yo no comulgaba ni una sola idea. Y me empezó a gustar cada vez mas.
De a poco empecé a ver que ese discurso se sostenía con hechos, que hablaba en contra de la dictadura y mandaba a bajar los cuadros de los militares, que en su período presidencial se encontraron más nietos expropiados que en 25 años de luchas y reclamos, que las Madres y Abuelas empezaron a ocupar un lugar realmente importante en la agenda, y que esto iba mas allá de un acto demagogo. Había convertido a la política en DD.HH. en tema central de su gobierno.
Por eso y por muchas otras cosas, fuí creyendo en él. Sorprendida de creer en el Presidente.
Y su manera de moverse era torpe, sin tacto y confrontando, pero lo hacía con gente con la que no se podía jugar de otra manera, porque ellos, con buenos modales y cuidando las formas, fueron los que manejaron el país a su antojo y según su conveniencia. Eran la mismísima enquistación del poder económico, que en ese momento era también el político. Vino Néstor y les movió el piso, los sacudió, los tocó, les mojó la oreja, les rompió su calma sostenida por tantos años a como de lugar.
Y así, de a poco, empecé a recuperar la fe en la política, me vi sosteniendo discusiones de política sin que mi pensamiento fuese contrario al del poder de turno. Por primera vez sentí que lo que venía defendiendo desde que pude empezar a pensar en política, desde el gobierno se venía realizando, y mi esceptisismo se iba transformando en fe, en esperanza de que las cosas pudieran ser distintas. ¡En el gobierno había gente que pensaba como yo!
Me hice kirchnerista sin ser ni haber sido nunca peronista.
Que se le pueden criticar muchas cosas, si, es cierto. Que hay cosas con las que no acuerdo, también es cierto. Pero me devolvió la ilusión, me hizo pensar en otro país posible, me sacó la imagen mental de las “relaciones carnales” como la única manera de relacionarse con el mundo, me hizo pensar en la integración de América Latina como camino. Me hizo sentir orgullo.
Por todo eso, acá estoy, triste por la partida de un tipo al que no voté ni hubiese votado nunca.